La escuela es una institución que enseña, pero ha de ser también una organización que aprende. Se suele hablar de lo que los alumnos deben aprender, de cómo deben aprenderlo y de cómo se va a evaluar si lo han aprendido. Pero no se piensa en lo que la escuela tiene que aprender y por qué, en cómo va a poder aprenderlo, en qué obstáculos existen para que ese aprendizaje sea real y se realice de una manera efectiva y, si fuera posible, entusiasta.

 

Partiendo de la idiosincrasia de la institución escolar (en el marco de la cultura neoliberal en que nos hallamos inmersos), el autor hace en este libro una reflexión sobre el carácter dinámico de la institución, sobre su compromiso social y sobre su apremiante necesidad de adaptarse a los nuevos retos y exigencias. Si la escuela se atrinchera en sus propios esquemas, si se entrega a sus rutinas, si no se abre al control democrático, si no realiza una autocrítica exigente, se verá condenada al inmovilismo, a la esterilidad y al fracaso. Este planteamiento exige modificaciones en los presupuestos sobre la naturaleza y las funciones de la institución escolar, en la forma de seleccionar y formar a los profesionales que trabajan en ella y en la manera de organizar la práctica escolar.

La estrategia del caballo y otras fábulas para trabajar en el aula - Miguel Angel Santos Guerra

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La escuela es una institución que enseña, pero ha de ser también una organización que aprende. Se suele hablar de lo que los alumnos deben aprender, de cómo deben aprenderlo y de cómo se va a evaluar si lo han aprendido. Pero no se piensa en lo que la escuela tiene que aprender y por qué, en cómo va a poder aprenderlo, en qué obstáculos existen para que ese aprendizaje sea real y se realice de una manera efectiva y, si fuera posible, entusiasta.

 

Partiendo de la idiosincrasia de la institución escolar (en el marco de la cultura neoliberal en que nos hallamos inmersos), el autor hace en este libro una reflexión sobre el carácter dinámico de la institución, sobre su compromiso social y sobre su apremiante necesidad de adaptarse a los nuevos retos y exigencias. Si la escuela se atrinchera en sus propios esquemas, si se entrega a sus rutinas, si no se abre al control democrático, si no realiza una autocrítica exigente, se verá condenada al inmovilismo, a la esterilidad y al fracaso. Este planteamiento exige modificaciones en los presupuestos sobre la naturaleza y las funciones de la institución escolar, en la forma de seleccionar y formar a los profesionales que trabajan en ella y en la manera de organizar la práctica escolar.